COMO VOLVER AL PASADO…





Las fechas patrias suelen tener, para quien las transcurrió, por años, cubriendo actos, motivaciones por cierto singulares. Porque por encima de ceremonias y festejos, y de la objetividad fría de una crónica, está implícito el sentimiento de Patria, de Nación, al que uno se aferra, para darle sentido a ciertas acciones.

En la víspera de este 9 de Julio, que ya estamos transcurriendo y que nos acerca al Bicentenario de la Independencia, no podíamos sino experimentar algunas de esas sensaciones que, quiérase o no, “endulzan” el alma; aunque también generan nostalgias y una cierta melancolía.

Fuimos a Colón 80, para un recital que, aunque no se lo haya dicho, encerraba un tanto el homenaje al día que se festeja por estas horas. Pero era, fundamentalmente, un homenaje a María Elena Walsh, a medio año ya de su partida, que se cumplirán este domingo (10).

Empezó puntualmente; con la sala cubierta a pleno, como buen indicio. La concurrencia, padres, abuelos, tíos y familiares, en fin, de los protagonistas, que no fueron otros que el Coro de niños del Colegio Don Bosco, dirigido por Favio Arévalo; el Coro Juvenil de las Escuelas Medias de la UNS; y el Coro de Niños de la Cooperativa Obrera, grupos, estos dos últimos, conducidos por Carmelo Fioriti.

No podía ser mejor el entorno, porque ambos maestros (Arévalo y Fioriti) le confirieron a la velada un tono y un espíritu “de familia” que los chicos (¡¡¡muchos!!!) refirmarían cantando. Para que la cosa fuera mejor incluso, el público fue compelido a entonar tres canciones, en las pausas, que completarían el contenido: “El reino del revés”; “La vaca estudiosa”; y “El adivinador”.

Todo fue como para disfrutar. Porque encima de todo lo apuntado, entre quienes subieron al escenario del Aula Magna de la Universidad Nacional del Sur, bien definida desde siempre como “nuestra casa de altos estudios”, estuvieron Lucrecia (Serralunga), que acompañó al piano algunos de los temas; y Renata, que integra el coro del querido y siempre recordado Colegio Don Bosco. Y decir que ellas son hija y nieta de quien esto escribe, lo explicará todo sin más palabras.

Pero si ya eso, por sí sólo, encerraba sensaciones dignas de ser vividas y disfrutadas, como ya está dicho, hubo otras que refieren a etapas de la vida que tienen mucho que ver con ese lugar, el edificio del rectorado de la UNS, entrañablemente ligado al espíritu.

Hacía allí iba uno, allá por los ’50 del siglo que se fue (después de hacerlo por años a la antigua casona de Rondeau 29), porque Ernesto (Serralunga), el “viejo” (que no lo era tanto por entonces), supo ser funcionario no docente –jefe de Suministros en rigor– de la incipiente universidad (hasta 1957), pero antes del Instituto Tecnológico del Sur, que antecedió a la UNS, en el derrotero de una de las más prestigiosas y reconocidas instituciones de la educación en nuestra ciudad y su vastísima región de influencia.

Imposible, entonces, no evocar esa etapa. También, los momentos transcurridos como estudiante, en la carrera de licenciatura en Historia; y muy parcialmente después, la de Ciencias Económicas (muy a contramano de las reales aspiraciones personales de nuestra juventud), cuando ya el periodismo, abrazado desde los años de la secundaria era la “profesión” abrazada para toda la vida.

Como si eso fuera poco, la memoria, todavía fresca para las alternativas del pasado, tornó a aquel instante, 50 años atrás, en que transitamos, día tras día, pasillos y recintos, y ese mismo aula magna, para seguir, como “cronista acreditado” allí por el diario local, todo el devenir institucional de la universidad (desde 1961). Incluyendo, por supuesto, aquellos encuentros y desencuentros propios de la época, con los “calientes” debates entre claustros y muy especialmente entre asambleístas o consejeros de la FUS y de la LEHS, las dos agrupaciones estudiantiles de ese tiempo.

No pudimos sustraernos a dos recuerdos imborrables: la graduación de María Inés, como bioquímica (en los ’60); y la de Mariano, como abogado (en la centuria que corre), momentos éstos con los que, también, estaría todo dicho.

Aún así, entonados por el Coro de Niños del Colegio Don Bosco, el Himno a Don Bosco y el Ave María, “sonaron” como algo que jamás imaginamos escuchar allí, en Colón 80, en ese escenario, dominado por el brillante escudo de la universidad, ésa misma que, este viernes (8), víspera del Día de la Independencia, sentimos como “más nuestra”.

Aquel “¡Don Bosco te aclaman, cual padre y pastor!”, “atronaba”, como algo celestial, cuando éramos chicos, en la majestuosa Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, allá por la mitad o antes del siglo pasado. Lo sentimos, como antes, cantado por los niños y niñas de hoy. No podíamos dejar de decirlo aquí. Con toda emoción. Renata lo cantaba; nosotros lo revivíamos. ¡Gracias por ese regalo!.

Luis María Serralunga

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